El talento artístico no entiende de géneros. Menester bien distinto es que haya intentado florecer y desarrollarse en tierras yermas. Nuestra sociedad, que se jacta de ejercer autoridad moral urbi et orbi, ha denostado, sistemática y secularmente, a grandes creadores, bien a causa de su género, raza o por otros múltiples factores. Esa injusticia amenaza a los valores intrínsecos de nuestra propia condición humana y no debe permitirse.
Las tres sonatas incluidas en el presente CD de la colección La Chambre Bleue merecen ocupar, sin duda, una posición de privilegio dentro del repertorio de su época. Los lenguajes compositivos empleados son personales, muy dispares y extraordinariamente interesantes, tanto en aspectos armónicos como en el modo en que exploran los amplios recursos expresivos e instrumentales del violonchelo. El camino transitado hasta llegar a completar esta grabación ha resultado estimulante en muchos aspectos, pero quizá lo más trascendente es el hecho de haber tomado conciencia de que dicha senda no ha hecho más que empezar.
Las sonatas de Mel Bonis, Dora Pejačević y Henriëtte Bosmans nos hacen cómplices y confidentes de múltiples y extraordinarias historias. Nos hablan de amor, de nostalgia del mundo de ayer, nos relatan los horrores de la guerra, intentan abstraerse del mal a través de la mística o sueñan con la quimera de la felicidad. Espero que puedan ustedes disfrutar esta maravillosa música tanto como nosotros.
— ISRAEL FAUSTO
L’Heure Bleue, mi perfume desde hace más de 30 años, es una fragancia legendaria. Un día de verano de 1911, a la caída de la tarde, Jacques Guerlain, uno de los grandes perfumistas de la historia, pasea por los muelles del Sena. De repente, se detiene, conmovido: todo está bañado por una luz azul, de un azul profundo, indefinible. Es la hora azul, esa hora en que, como él mismo escribe, «el sol se ha puesto, pero la noche aún no ha caído… el cielo acaba de perder el sol pero aún no ha encontrado las estrellas». Las palabras no le bastan: durante un año, Guerlain trabaja sin descanso para transformar ese mágico instante en notas olfativas. Nace así, en 1912, L’Heure Bleue, su homenaje a aquella inolvidable hora crepuscular. Pero L’Heure Bleue representa también, para él, otra hora azul, bien distinta. Guerlain siente, en aquel preciso momento, que el apacible «mundo de ayer» vive sus últimos días. Su intuición se revela devastadoramente cierta, ya que, sólo dos años más tarde, estallará la I Guerra Mundial. L’Heure Bleue es el aroma de aquella «hora azul» entre dos mundos, del histórico momento en torno al cual se articulan las tres sonatas recogidas en esta grabación. La guerra afecta a nuestras tres compositoras de forma diversa, en la música como en la vida. En el caso de Mel Bonis [1858-1937], sus mayores inquietudes son las que experimentaría cualquier madre en semejante contexto. Sus hijos varones son movilizados desde el inicio del conflicto, mientras que su hija Madeleine vive en primera persona uno de los peores bombardeos caídos sobre París, del que, milagrosamente, saldrá ilesa.
El 29 de septiembre de 1914, el diario Le Matin describe la agonía de la catedral de Reims, masacrada por fuego alemán: «La catedral de Reims no es más que una llaga». Estas palabras inspiran a la compositora La Cathédrale blessée, una desgarradora —y bellísima— pieza para piano que concluirá en 1915, justo diez años después de su Sonata op. 67 [1905], en la que Mel Bonis logró condensar todo el esplendor de la Belle Époque. La Grande Guerre marca un antes y un después en la vida y en la obra de Mel Bonis, que experimenta, consternada, la sensación de asistir a un naufragio, a la definitiva desaparición del mundo tal y como lo había conocido. La Cathédrale blessée será lo último que componga en mucho tiempo. No publicará nada hasta 1922, cerrando así un paréntesis de más de siete años de silencio creativo. En contraste con el mutismo de Mel Bonis, la elocuencia de una Dora Pejačević [1885-1923] que alcanzará su madurez artística durante la I Guerra Mundial. La Sonata op. 35 [1913] exhibe ya un lenguaje auténticamente personal, coronando a su autora como una de las principales representantes del Modernismo musical croata. Nacida en el seno de una noble familia, Dora Pejačević vive la guerra de forma muy distinta a la mayoría de los miembros de su estrato social. Cuando los heridos empiezan a llegar a su ciudad, Našice, Dora desempeña un activo papel como enfermera. Hondamente conmocionada, tanto por la brutalidad de lo acaecido en las trincheras como por la fría indiferencia mostrada por la aristocracia local, Pejačević alimenta su decepción con numerosas lecturas de carácter progresista, que no harán sino avivar en ella deseo de rebelarse contra los representantes de su clase. Sus últimas voluntades evidencian el definitivo distanciamiento con respecto a su estirpe: desea ser enterrada fuera del panteón familiar y pide que, en vez de flores para su funeral, se entreguen donativos a los necesitados. Frente a la abundante información acerca de Bonis y Pejačević, que debemos a los valiosos testimonios de la bisnieta de Mel, Christine Géliot, y de la biógrafa de Dora, Koraljka Kos, apenas se conoce cómo vivió el conflicto la holandesa Henriëtte Bosmans [1895-1952]. No importa: todo lo que Bosmans sabe sobre la guerra, cristaliza en su impresionante Sonata [1919], que expresa de forma magistral el desgarro postbélico, así como la tristeza por el desmoronamiento de aquel «castillo de naipes» [Zweig] que fue, en realidad, el «mundo de ayer», y la irresistible nostalgia de una belle époque, de unos años felices que no volverían jamás. Las notas florales que componen el inconfundible aroma de L’Heure Bleue enmarcan a las tres compositoras en la portada del disco, mientras que, en su interior, cada una aparece envuelta en un acorde olfativo muy personal. El Clavel y la Orquídea —la flor de la Vainilla— son dos de los elementos decorativos más empleados por el Art nouveau, y la delicada Bergamota palpita con la sensibilidad de Mel Bonis. El Iris —que florecía cada primavera, junto a una miríada de Violetas, en el jardín de los Pejačević— es la flor nacional croata, mientras que el Naranjo Amargo nos recuerda la atracción de Dora por todo lo lejano y exótico. La Rosa y el Heliotropo representan un simbolismo inherente al estilo Art déco, y la intensidad de la Tuberosa se entreteje con la apasionada existencia de Henriëtte Bosmans.
—CARMEN MARTÍNEZ-PIERRET